Carretera austral 2015, desde Puerto Montt a cerro castillo: Este blog cuenta mi historia, en un primer comienzo solo será de este viaje, sin embargo pretendo expandirlo no solo a la carretera austral, sino que a otras rutas que he realizado, comida que he comido y gente que he conocido.

lunes, 23 de febrero de 2015

El comienzo.

Llevaba 1 año planeando la aventura con que comenzaría mi 2015, ya que el año recién pasado había realizado otro circuito turístico en bicicleta, pero alrededor del lago Llanquihue y en compañía, un circuito mucho más corto que el que me planteaba para este año (Aproximadamente 800 kms menos). 
No solo en términos de distancias el viaje había cambiado, esta vez no tenía compañero de ruta, ya que este sufrió una lesión un par de meses antes del fin de año, lo cual terminó en que el diera un paso al costado, sin embargo esto no era seguro hasta una semana antes de partir, por lo cual toda la planificación hecha con anterioridad, había transcurrido en plural. Como se imaginarán, la pluralidad desapareció, y frente a esta situación, tuve que tomar una decisión no menor, realizar la carretera austral en bicicleta de manera solitaria o comenzar a buscar desesperadamente un(os) compañero(s) de ruta con los cuales debía, no solo coincidir en itinerarios de viaje, sino que también en tiempos y, por supuesto, en convivencia. En un primer momento debido a vacilaciones personales y presiones familiares realice, sin mayores resultados, la segunda opción, ya que de esta solo obtuve respuestas que confirmaban lo que había pensado desde que supe la noticia, la carretera austral me esperaba solo a mi. Ese fue el comienzo de mi viaje.

domingo, 22 de febrero de 2015

Primeros días: La carretera, la naturaleza y yo.


Mi viaje, oficialmente, comenzó un día miércoles 7 de enero del 2015, desde Santiago, mi primer rumbo fue Puerto Montt, ciudad emplazada al sur de Santiago, siendo la puerta norte a la patagonia chilena, a este lugar llegue en un bus interregional, junto a América, mi bicicleta.

Ese día fue el de las despedidas, los temores personales y familiares, y las averías de ultimo momento. De las primeras no hablaré en demasía, puesto que se las imaginaran, era mi primer viaje en solitario, lo cual trajo muchos cuestionamientos por parte de mi familia. A las segundas, por otro lado las tocaré en repetidas ocasiones, puesto que estas marcan una parte importante de los problemas de todo cicloviajero.

Para comenzar la primera de ellas fue antes de salir de mi casa, mi compañera de ruta estaba cargada de equipaje: Saco de dormir, carpa, alforjas, ropa, herramientas, cosas de camping, y un largo etc, componían mi equipaje visible, el otro, un poco mas recóndito suponía ansiedad, miedo y unas enormes ganas de comenzar a vivir un sueño de un año. Me decidí a realizar una prueba de manejo a mi bicicleta, dándole una vuelta a la manzana, para así comprobar que todo estuviese en su sitio y nada corriera riesgo de volar, les diré, sin mentirles, que de la manzana, solo alcance a recorrer 10 metros antes de que súbitamente la cadena de América se cortase, lo cual me hizo dudar de un posible futuro oscuro en mi viaje, por suerte logre arreglar el problema, y con las manos engrasadas partí al terminal de buses, junto a mis hermanos y mi madre (Les dije antes sobre las aprehensiones familiares cierto?).

América cargando el peso del mundo... Nuevamente.

Llegue al terminal a eso de las 20:00 hrs. El bus salia desde Santiago a las 21:00 hrs, lo cual me dejaba una ventana para afinar los últimos detalles de mi viaje, un cepillo de dientes perdido, una bolsa para guardar mi equipaje y algo para comer, que olvide comprar, lo cual me tendría en estado de hambre hasta el otro día por la mañana. Subimos junto al auxiliar del bus a América al equipaje, la cual iba correctamente embalada y segura, sin embargo existía un solo gran problema, la parrilla delantera que le había equipado no era del todo confiable, lo cual me hizo presagiar, no equivocadamente, problemas en la ruta. Estos problemas se evidenciaron desde ese día, el auxiliar hizo un movimiento súbito que arranco de cuajo los soportes de la parrilla a la horquilla de mi bicicleta, lo cual dobló parte de la parrilla, todo esto ocurrió frente a mis ojos, a pesar de lo anterior no me preocupe, me distraje y preferí no pensar en aquello sino hasta el otro día, cuando me encontrará en el puerto y tuviese que armar a mi compañera de ruta.


No soy muy bueno durmiendo en los buses, por lo cual dormí un par de horas cortadas por el bamboleo del transporte o por el simple hecho de que Morfeo me jugaba una mala pasada. Desperté a eso de las 7 de la mañana, con hambre y sueño, una muy mala combinación en mi,y espere pacientemente el desayuno del bus, que no se hizo esperar, café, galletas y un jugo, no era un festín, pero lo menos tenia mi estomago lleno. Dos paradas y Puerto Montt, a eso de las 10 de la mañana ya me encontraba en tierra firme, dispuesto a moverme sobre las dos ruedas de mi bicicleta.

Antes de partir




sábado, 21 de febrero de 2015

Desembarcando.

A las 10 de la mañana del día 8 de enero ya me encontraba en tierra firme y no sobre 2 ejes de un bus. Me baje de los últimos sabiendo que mi equipaje y América eran dos cosas que los auxiliares no querrían sacar de primer momento. 

Cuando pude recuperar mis cosas me dispuse a armar todo con precaución, ya que con el incidente de la cadena y la parrilla delantera el día anterior, no quería que todo se destrozara previo al inicio de mi viaje. Logre poner todo en su lugar y comencé a pedalear por el borde costero, a mas de 1000 kms de mi casa, la que posteriormente no seria ninguna.
Primeras fotos en la lejanía.



El sol me sonreía en ese primer día de pedaleo, el destino era la casa de un buen amigo, que ya me había recibido en su casa cuando realice mi viaje anterior, el cual vive en una casa ubicada en la salida del puerto hacia el sur, justamente en el inicio de mi viaje, para ser exactos, en el kilómetro 5 de la Carretera Austral.


Llegue a su casa a eso de las 11 de la mañana, luego de haber recorrido los primeros 7 u 8 kms junto a América, el se llama Pedro, es estudiante de medicina de la Universidad de Chile, nos conocimos en la facultad, ya que yo estudio en la misma sede. 

Me recibo con los brazos abiertos, como era de costumbre en el, con un buen desayuno y una charla acerca de como habían estado las vacaciones luego de haber cumplido con 3er año de su carrera. A la hora de almuerzo llegaron sus padres, dos médicos ginecólogos de Puerto ontt, con los cuales mantuvimos una linda charla acerca de los viajes en general, ya que el año pasado el padre de Pedro estaba planificando una travesía a la Laguna San Rafael por tierra, la cual termino con muy buenos resultados, así que teníamos muchos temas de conversación. La madre de Pedro, como buena madre, estaba más preocupada que yo por las precauciones que había tomado acerca de mi viaje, repitiéndome muchas veces que no dudará en contar con ellos si tenía algún problema en la ruta, a lo cual yo me reía y asentía con mi cabeza, a pesar de que creía que era difícil para mí pedirles su ayuda, y que con recibirme en su casa y alimentarme muy bien, era suficiente para mi.

Luego del almuerzo Pedro me acompaño al centro de la ciudad, ya que debía comprar los últimos repuestos, entre ellos un neumático, un par de rayos y eslabones rápidos para la cadena, que ya había mostrado pruebas de fallar. Ya de noche, Jorge, el hermano de Pedro, estaba organizando un pequeño asado con unos amigos, así que esa noche fue el primero de muchos trasnoches, vino, hierba, comida y compañía compartíamos, mientras para mi pensaba: Si un viaje comienza así no puede terminar mal.

viernes, 20 de febrero de 2015

La aventura comienza: Primer día en la nada.

Ya eran las 9 de la mañana cuando desperté, con el trasnoche del día anterior me había quedado dormido una hora más de la que tenía presupuestada, puesto que según mis cálculos debía salir a las 9 de la mañana y así poder llegar fácilmente a las 12 a la rampa de Caleta La Arena, primera parada a 45 kms de la casa de mi buen amigo Pedro, el cual por supuesto se había levantado para acompañarme en ese último día de civilización. Me duché, tomé desayuno  y comencé a cargar lo que me quedaba en América, mientras en la cocina, Anita, la nana de la casa, y Pedro me preparaban unos sándwiches como último regalo antes de desaparecer en la carretera. Tuve todo listo a eso de las 10:15 de la mañana del día 9 de Enero, cuando acompañado de sus 5 perros Pedro me despedía desde la puerta de su casa.

El punto de no retorno.
Comencé a pedalear, sabiendo que ya no había vuelta atrás, el punto de no retorno de mi viaje había quedado ya, en esa reja que se cerraba, dejando mi vida citadina de lado, y lanzándome a la verdadera aventura. Encendí mi reproductor de música y el GPS de mi Tablet, el cual registraría ese primer día de avanzada. 

La mañana estaba nublada y lloviznaba un poco, sin embargo sabía que luego de un rato el cielo se despejaría, la llovizna no solo estaba en el ambiente, sino también en mis ojos, mientras pedaleaba en mi reproductor se escuchaban los primeros acordes de una canción de Chancho en Piedra:
Salir, volar, cambiar, 
dale tiempo al ocio, con la vida del oso, 
ve a concretar los sueños que algún día quisiste lograr…”

Y eso era justo lo que estaba logrando, cumplir un sueño de hace un año, que me estremecía y me sacaba de mis cabales, el llanto que salía de mis ojos no era tristeza, sino felicidad pura, era la primera vez que lloraba de felicidad, nunca antes había sentido algo así, mi piel se erizaba (Y lo sigue haciendo cada vez que recuerdo ese momento) y me sentía uno solo con el viento, con la marea, con los pájaros, con la carretera y con América. 

Postal antes de Caleta la Arena 1
Luego de ese momento de conexión con lo que estaba haciendo, debía volver a la matemática fría de la ruta, me esperaban, según mis cálculos, 85 kms hasta Hornopirén, los primeros 55 serían de pavimento, y los siguientes 30 eran de ripio, el cual ya conocía anteriormente, eso sí, desde la comodidad de un automóvil. Los primeros 45 kms hasta la rampa de Caleta La Arena fueron fáciles, a 22,5 kms/hr promedio, me sentía exelente, a pesar de haber salido una hora más tarde de lo presupuestado, llegue a las 12 del día a Caleta la Arena. 

Postal antes de Caleta La Arena 2


Desde Caleta la Arena a Puelche son aproximadamente 35 minutos, dependiendo de la marea y otras situaciones, aquí fue donde conocí a las primeras personas nuevas en mi viaje, el primero fue un hombre que me había tocado la bocina más atrás en el camino, llevaba unas bicicletas atrás de su camioneta, por lo que me había caído en gracia, intercambiamos un par de palabras diciéndome que un hijo y sus amigos también iban a realizar la Carretera Austral y que por eso llevaba las bicicletas, nos despedimos deseándonos suerte. La segunda persona que conocí fue un hombre, también, el cual iba mochileando (Autostop) desde Puerto Montt hasta donde lo llevara el destino. Me comentaba que le gustaba acampar fuera de los pueblos y conectarse con la naturaleza, comentamos cosas de la ruta y compartimos un almuerzo improvisado arriba de la barcaza, que ya iba llegando a Caleta Puelche, nos despedimos y baje a buscar mi bicicleta, me subí a ella y comencé nuevamente a pedalear por los últimos kilómetros de pavimento que quedaban.

Postal antes de caleta la Arena 3
Al salir de la rampa me di cuenta de que la distancia a Hornopirén no eran 40 kms, sino que 60, lo cual no quise creer en un primer momento, ya que me rehusaba mentalmente a hacer más de 100 kilómetros el primer día, y ya se hacían sentir en mis piernas y en mi mente los primeros 45: La bicicleta se sentía más pesada y las cuestas costaban cada vez más. Avanzados ya 10 kilómetros, si mal no recuerdo, estaba el desvío que debía tomar hacía la ruta interior, la cual me restaba 20 kilómetros con respecto a la ruta costera por Hualaihué. Los primeros metros eran pavimentados y luego de una curva comenzaba el verdadero desafío: Ripio suelto, calamina, en ascensión con una curva cerrada, la peor pesadilla de un ciclista, eran esas cuestas cada una más difícil que la anterior, producto del calor, la tierra y los autos que transitaban por la ruta. Pasaron un par de minutos y mi bicicleta se frenó, sabiendo que algo malo había pasado comencé a examinarla: La parrilla delantera, que ya me había dado problemas, se había quebrado, haciéndola caer sobre la rueda y poniendo en jaque el viaje, tuve que ingeniármelas para meter todas las cosas que llevaba adelante en la parrilla trasera, rogando que el peso no excediera el máximo que soportaba esta y que el camino no fuese tan duro como para que se rompiera, teniendo que terminara mi viaje, el día que comenzaba. 

En la ruta caminé varias veces, otras más me cuestioné que hacía ahí, tan lejos de casa y haciendo algo que parecía más una tortura que un viaje. En cada uno de esos momentos el bajarme de mi bicicleta, tomar un sorbo de agua y comer algo, en caso de necesitarlo, me hacían recapacitar, volver a subirme a la bicicleta y continuar con mi viaje: Cuestionamiento, sorbo y volver. Mi paciencia y determinación se ponían a prueba en ese primer día de ruta. También recuerdo haberme quedado sin agua en un momento determinado, en un claro del bosque, lo cual comenzó a desesperarme, sin embargo recordaba haber pasado una casa hace muy poco rato atrás, por lo cual me devolví a pedir un poco de agua, ahí una mujer muy amable me trajo un poco en mi sucia caramagiola, el agua estaba muy helada y fresca. Era un impulso para los kilómetros que me quedaban ese día.

Eran las 6 de la tarde ya, llevaba casi 5 horas en ese camino infernal de ripio y tierra suelta y dos horas más anteriores. A la distancia logre divisar algo conocido: Las Termas de Pichicolo, un lugar que se encuentra a 15 kilómetros de Hornopirén, en ese momento mi ciclocomputador marcaba 85 kms recorridos. A esa altura ya me había convencido de que iba a tener que hacer al menos 100 kms en ese día, que no quedaba otra que la resignación y asumir lo que me deparaba la ruta.

Entré a las termas con el afán de poder darme un baño y así reponer energías y limpiarme un poco, sin embargo el valor era elevado para mi escuálido presupuesto, por lo que decidí tomarme un jugo natural de frutilla. En el local había un niño, se llamaba Francisco, el cual me preguntó desde donde venía, y comenzamos a tener una conversación bastante interesante acerca de bicicletas, ya que su hermano corría, también me contó que su padre tenía un camping, llamado Patagonia El Cobre, el cual se encontraba en Hornopirén, hacia el sector de la costa, que el camping poseia duchas con agua caliente y fogón, eso me basto para convencerme, ya que solo la idea de darme una ducha con agua caliente y conocer nuevas personas me invitaban a quedarme en ese lugar. Nos despedimos y comencé a recorrer los últimos kilómetros de ese día, los cuales no eran tan difíciles, producto de que habían zonas pavimentadas y otras de ripio, sumado a que todo lo que había subido durante el día comenzaba a ponerse a mi favor, una cuesta de pendiente negativa y estaría en el pueblo. No sin antes pasar por una zona de ripio suelto al final de la cuesta, lo cual me hizo perder el control de la bicicleta y volar por los aires, por suerte no me pasó nada grave, de algunas casas salieron a ver que había provocado el ruido, yo, con lo poco de dignidad que me quedaba, me levanté e hice como que nada había sucedido y continúe mi camino.

Ya me encontraba en el pueblo, y solo me quedaba encontrar el camping, recorrí un par de kilómetros y di con él: Patagonia el Cobre, atendido por Robert, su señora y sus hijos. Del camping hablaré más adelante, ya que se merece parte de la historia. Logré armar mi carpa y darme una ducha, estaba más que satisfecho, mis primeros 103 kilómetros de viaje, había logrado superar las dificultades de ese día, y Hornopirén me regalaba una de las mejores postales de mi viaje: Un atardecer en los fiordos, una comida caliente y una familia que me hacía sentir como en casa.


Atardecer en Hornopirén

miércoles, 18 de febrero de 2015

Adiós Hornopirén, hola Caleta Gonzalo

Luego de haber llegado el día anterior a Hornopirén y haber descansado en la noche, me levanté relativamente temprano al siguiente día, para poder ir a comprar al pueblo algunas cosas para comer que me faltaban, pensando en las comidas de ese día, y la ruta bimodal del día siguiente. En ese momento en el camping, para mi suerte, había unos chicos que hacían trabajos voluntarios en el lugar, una rampa para la entrada de bicicletas era en lo que trabajaban, nos reíamos con Robert debido a que yo era el primero en utilizarla, y que ni las bicicletas que el arrendaba habían pasado por ahí. Esa tarde los chicos terminaban con la tarea del voluntariado, así que Robert y su familia los habían invitado a salir en kayak por los fiordos, yo había estado presente cuando la invitación fue hecha, así que extendieron la invitación a mi persona, yo que no tenía nada que hacer, y que nunca antes había realizado este deporte, solo asentí con la cabeza. Me pasaron un traje de neopreno, un remo doble, un faldón y un kayak… De Rio, yo no sabía antes de esto que existían distintos tipos de kayak, y que dependiendo del propósito es su estabilidad, maniobrabilidad y por lo tanto, posibilidades de volcarse, que era lo que mas me preocupaba en ese momento. El de rio es inestable debido a que su maniobrabilidad es mayor, aclarado lo anterior y luego de una rápida explicación de cómo no darme vuelta, ya me encontraba en el agua remando, primero solo avanzamos sin rumbo, hasta que llegamos a unas boyas y una salmonera, donde habían un par de lobos marinos y un pingüino que se asomaba de vez en vez cerca de nosotros. Estuve a punto de darme vuelta un par de veces, pero por suerte no me paso y logre llegar a la orilla sin mayores inconvenientes. 

Salimos del agua a eso de las 7 de la tarde, donde me cambie ropa y fui a comer algo: Una cerveza y un pie de limón en el café del camping repusieron mis energías. Hice un pequeño paseo por el lugar que poseía un trekking de aproximadamente 1 hora, donde existía un mirador de los fiordos, con una vista increíble hacía el mar. Luego de bajar del mirador ya era de noche y entre todo el movimiento del día, se me había olvidado por completo que la parrilla delantera aún se encontraba averiada y  que sin ella no podría avanzar tranquilamente el siguiente día, y no solo era volver a montarla, sino que había que hacer una pieza de nuevo. Robert me había comentado que él podía ayudarme a hacerla, así que fuimos a buscar unas placas de metal para realizar la pieza. Estuvimos trabajando hasta eso de las 12 de la noche, entre sonidos de taladros y metal cortado nos fuimos contando nuestras vidas, proyectos, la antigüedad del café en el cual trabajábamos, fue un día increíble, mi bicicleta había quedado reparada y había conocido a personas agradables que recordé por el resto de mi viaje, junto con practicar por primera vez kayak.

Despertar en Hornopirén


Al siguiente día me desperté muy temprano, ya que decía hacer la ruta bimodal, que consiste en dos ferry que atraviesan los fiordos desde Hornopirén hasta Caleta Gonzalo, esta última localidad era el objetivo de ese día. La ruta se llama bimodal ya que entre cada ferry existe un pequeño trayecto de 10 kilómetros por tierra, los cuales debía hacer en bicicleta, para posteriormente tomar el segundo ferry. 

Salí a eso de las 8 de la mañana desde el camping, sin antes despedirme de la familia que me había tratado tan bien durante mi estadía. Me demoré aproximadamente 15 minutos en llegar al muelle donde ya el ferry estaba recibiendo a los primeros vehículos.

Panorámica desde la popa del ferry
Antes de abordar debía ir a imprimir mi pasaje, que había comprado con anterioridad, producto de la alta demanda que existe en verano y que muchas veces deja a vehículos, de todo tipo, abajo del barco. En la espera de abordar conocí a un par de chilenos que venían en sentido contrario y habían desembarcado hace muy poco del transbordador, converse con ellos acerca de las condiciones de la ruta hacia el sur, mientras ellos me preguntaban lo mismo pero hacía el norte, ya que este era el último trayecto que realizarían. Mientras conversaba con ellos me percaté de que habían llegado dos personas más en bicicleta, ambos andaban en bicicletas hibridas y rígidas, lo cual me hizo pensar inmediatamente en que eran extranjeros, ya que ese tipo de bicicletas no son comunes en Chile y la mayoría de los chilenos no utiliza bicicletas rígidas para ir a la carretera austral, producto de la calamina que solo se da en el sur y que produce dolor en las articulaciones de las muñecas y los hombros. Nos saludamos y comenzamos a conversar, eran dos catalanes que iban hasta Coyhaique, uno de ellos tenía una cadena de locales de comida y el otro trabajaba en la industria del aceite, ambos realizaban rutas en los inviernos Europeos, y este año habían elegido Chile producto de que era un país en verano, sin embargo no contaban con que, independiente de la época del año, en el sur de Chile puede llover, por lo cual no andaban con mayores cosas de abrigo y la idea de la lluvia los empezó a inquietar. Entramos al barco y nos pusimos alrededor de una mesa, comenzamos a revisar la ruta y los posibles problemas, comencé a conversarles acerca de las bondades del sur de Chile, su gente, las termas, la comida, entre otras cosas. Mientras ellos me comentaban de sus viajes, de lo barato que es comer en Tailandia, de la ruta de Santiago de Compostela, de lo que habían visto en Santiago, así fue como pasamos las siguientes 4 horas en el barco, y otras 4 horas más en Caleta Gonzalo, dentro de un café protegidos de la lluvia incesante que nos había caído encima desde que habíamos pisado tierra firme, en ese lugar.

martes, 17 de febrero de 2015

Ruta Bimodal: Primeros encuentros.

La ruta intermedia que se hace por tierra consta de 10 kilómetros de ripio bien compacto, sin embargo las bicicletas son las primeras en salir desde el transbordador, por lo que los autos pasan y no dejan ver el camino, no hay mayores curvas por lo que sin los autos el trayecto se haría muy fácil. 

El final de la ruta bimodal
Íbamos los tres: Los dos catalanes y yo, por esa ruta, la cual no nos dejaba claro si es que al otro lado las barcazas esperaban a los ciclistas si se quedaban rezagados, por lo que no queríamos arriesgarnos, aceleramos durante toda la recta, logramos hacer el trayecto en 19 min… Aproximadamente a 30 km/hr promedio. Mi ciclocomputador solo bajaba de los 30 km/hr en las cuestas, que si bien no eran tantas, la última me hizo utilizar todos los recursos para subirla sin quedar mal parado. Llegamos al otro lado antes que muchos autos, subiéndonos al segundo transbordador a eso de las 3 de la tarde, a las 3:40 estábamos al otro lado, en Caleta Gonzalo, donde la lluvia nos había dado la bienvenida, en un primer comienzo  como una simple llovizna que no parecía que acabara ahí. 

Me despedí de los dos catalanes que fueron a ver la posibilidad de alojar en una cabaña aledaña a una cafetería que estaba a la entrada de Caleta Gonzalo, yo en cambio, me fui hacía el primer camping, ya decidido a no pedalear ese día producto de la lluvia que cada vez se hacía más fuerte, armé mi carpa entre la naturaleza impactante de ese lugar. Ahí intercambie palabras con tres ciclistas chilenos que venían saliendo del camping, me comentaron que ese día iban a avanzar al siguiente camping, ubicado a 15 kilómetros más al sur, nos deseamos buen viaje y ellos partieron.
Mi carpa y la inmensidad de la naturaleza

Yo en cambio compre algunas cosas en el local y fui a la cafetería, donde podría cargar mis aparatos electrónicos y ver si es que había algo de señal para dar noticias de mi paradero a mis familiares. Al entrar me encontré con los catalanes que comían algo, me senté junto a ellos mientras ellos reían por el hecho de estar refugiados de la lluvia incesante al calor de una chimenea en pleno verano. Comencé a aprender de los viajes, de la costa mediterránea y catalán, ya que entre ellos hablaban en la lengua madre de su provincia, mientras uno de ellos hablaba español conmigo; sin embargo nos entendíamos bastante bien entre los tres. De ellos me quedaron varias lecciones de viaje, entre ellas: “Que todos los viajes son mejores luego que se hacen” y que “Una persona con todo el dinero del mundo, no era más feliz que nosotros conversando en ese lugar”.

Gracias a ellos mi viaje se tornó más reflexivo e interesante, no era solo recorrer, era buscar la felicidad, como yo la había comenzado a experimentar en mi primer día de viaje, como se me estaba presentado ahora, y como se presentaría en el resto del viaje.

Luego de comunicarme con mi gente, además de tomar una cerveza y un café en el lugar, procedí a esperar que amainara la lluvia incesante, pensando en el estado de mi carpa tomé mi bicicleta y me fui en dirección al camping. En 10 minutos o menos de viaje el clima había logrado mojarme de tal manera que mis guantes, chaqueta y pantalones estaban comenzando a pasarse, por lo que llegue a mi carpa y me saque la ropa colgándola bajo techo, esperando que al siguiente día se secaran con el viento que corría esa noche. Entré en mi carpa y noté que estaba mojada por dentro, pensando lo peor la moví hacia un lugar seco bajo techo, que si bien no estaba habilitado para recibir carpas, el guardaparques me había dado autorización producto e que era el único que ese día había llegado a ese sector del camping, al entrar nuevamente en la carpa noté que la carpa no se había pasado y había sido mi ropa mojada la que había mojado la carpa, sin embargo ya hecho todo el esfuerzo de moverla, y por las dudas, preferí quedarme bajo techo adentro de mi carpa esperando el sueño para terminar ese día.

lunes, 16 de febrero de 2015

De Caleta Gonzalo a Chaiten: Hipoglicemia incluida

Eran las 12:00 hrs. de la tarde del siguiente día y aun me encontraba en el camping de Caleta Gonzalo, hasta esa hora aun llovía, con mucha menos intensidad que el primer día que había llegado al lugar, ese día me había puesto como meta realizar alguno de los senderos del parque Pumalín, sin embargo grande fue mi desilusión cuando el guarda parques me informa que todos los senderos estaban cerrados, y que solo podría realizar un sendero que se llama "La Cascada", pero que no podría realizarlo completo ya que con la lluvia de día anterior, el arroyo que tenía que cruzar había crecido, por lo cual la cascada no iba a lograr verla. Frente a esta situación no me quedo otra que levantar mi campamento, cargar mi bicicleta y ponerme a pedalear. Ya que el primer transbordador no iba a llegar hasta las 3 de la tarde al menos, tenía una ventana de 3 horas antes de que comenzaran a pasar automoviles a mi lado: La ruta era solo para mi, pensé.
Primer mirador de a cuesta.

Los primeros 15 kilómetros son de una subida escabrosa, a eso había que sumarle la lluvia que me mojó durante esta primera hora y media de viaje, el trayecto se hacia lento y pesado, a pesar de haber levado una capa impermeable el sudor me mojaba por dentro, por lo que iba empapado de igual manera. La lluvia amainó a eso del kilómetro 14 aproximadamente, en el segundo camping luego de caleta Gonzalo, ahí tuve que parar para cambiarme ropa, ya que había ascendido lo suficiente como para  tener la seguridad de que la lluvia ya no era problema. Continué mi camino por el sendero de ripio, luego de los primeros 15 kilómetros, venía un sector mas o menos llano, con una cuesta, si bien no difícil, si bastante empinada, que duraba aproximadamente 1 kilómetro y medio, desde esta cuesta habían dos miradores, que daban hacia una pequeña laguna. Este sector era de una belleza única, las Golondrinas y Chucaos revoloteaban alrededor del mirador, y era un lugar ideal para reponer energías. Luego de una pequeña merienda continué mi viaje, cada vez acercándome más hacia la zona que el volcán Chaitén había devastado años atrás.

Recuerdo no saber siquiera la ubicación exacta de Chaitén, cuando por las noticias pasaban la catástrofe del pueblo y todo lo que había traído consigo la erupción del volcán. Ahora, luego de 7 años de esa noticia, yo me encontraba en el lugar y podía ver las consecuencias de la tragedia. EL bosque antes tupido de arboles de 20 metros comenzaba a desaparecer de a poco, y luego de un puente solo quedaban los troncos desnudos de los arboles, mientras que a sus pies se notaban los ríos de cenizas traídos por la lluvia durante los ciclos posteriores. El paisaje se hace desolador y uno se siente pequeño frente a la inmensidad de la naturaleza.


Panorámica de la costa de Chaitén

Entrada oeste del parque Pumalín.
El camino se mantiene igual hasta Chaitén mismo, no hay cuestas muy complicadas, pero ese día algo no andaba bien con mi alimentación, por mala organización solo tenia para comer maní, un par de barras de cereal y galletas, por lo cual en toda la ruta no logre comer nada contundente (Tengo serios problemas de apetito, sobre todo cuando pedaleo) lo cual me hizo sentirme cada vez con menos fuerzas para continuar el camino. A la altura del kilómetro 70, si mal no recuerdo, comienza el pavimento nuevamente, el cual dura hasta el puente Yelcho a 35 kilómetros de Chaitén al sur. comienza una serie de cuestas de alta pendiente, pero muy cortas que terminaron por acabar todas mis energías, con solo cosas livianas de comida ese día la ultima cuesta no pude subirla. Una sensación de mareo y la vista nublada me avisaban que la azúcar en mi cuerpo haba bajado a niveles peligrosos, o sea estaba cayendo en una hipoglicemia (Para los que no saben la hipoglicemia es la baja de azúcar en la sangre, normalmente es mas peligrosa que el alza de azúcar, producto que el cuerpo puede vivir con mayor cantidad de nutrientes de los que necesita, sin embargo la falta de estos trae como consecuencias la visión nublada, fatiga, temblores e incluso el desmayo o la muerte). Luego de verme en esa situación, y aun sabiendo que luego de esa cuesta venía el pueblo de Chaitén, tuve que bajarme de la bicicleta y acostarme a un lado del camino por un tiempo, un jugo en polvo hipercargado, un par de galletas y barras de cereal, y el descanso me bastaron para recobrar un nivel que me permitía pedalear los últimos 5 kilómetros sin mayores problemas.

Chaitén is not dead

A eso de las 7 de la tarde ya me encontraba en la información turística, preguntando por algún alojamiento. Chaitén en sí es caro, la comida y los hospedajes se salen del promedio de costos de toda la carretera, los habitantes te piden que entiendas la situación, han pasado solo un par de años desde que comenzó la reconstrucción del pueblo, hay solo 5 cuadras habitadas en la zona costera, y un puente divide al pueblo en dos, hacía el fondo una cárcel y una calle completa están sepultadas bajo la ceniza de un volcán aun en actividad, l gente hace su vida normal y el pueblo tiene un aire fantasmagorico que se cuela por debajo de cada puerta trabada por la ceniza que llega a la mitad de primer piso, a pesar de lo anterior las sonrisas existen y la hospitalidad no se deja contener.

Fumarola del volcán